El Chapo» Guzmán, culpable de todos sus cargos. Así lo dictaminó ayer un jurado de siete mujeres y cinco hombres sin miedo en un tribunal de Brooklyn. El narcotraficante mítico, el más buscado desde los días de Pablo Escóbar y los cárteles de Medellín y Cali, el heredero en México del Señor de los Cielos, que compró «boeings» para pasar la droga a Estados Unidos, el jefe del cártel de Sinaloa, acusado de introducir no menos de 152 toneladas de cocaína en EE UU, pasará el resto de sus días en la cárcel. O al menos ésa es la sentencia más que previsible que dictará el tribunal en la vista del 25 de junio después de que el jurado haya examinado la voluminosa documentación generada durante semanas de juicio y cientos de horas de testimonios. Reunidos durante días, protegidos durante el juicio para evitar que sufrieran cualquier tipo de represalias, los miembros del jurado podrán reincorporarse a la vida civil. Aunque nadie les quitará nunca el miedo de saber que arrojaron a una celda a un hombre que parece forjado en un guión de Sam Peckinpah.
Guzmán cumplirá condena por participar en una organización criminal continua, conspirar a nivel internacional fabricar y distribuir cocaína, heroína, metanfetamina y marihuana, importar cocaína, así como usar de armas de fuego y lavar decenas de miles de millones de dólares obtenidos del contrabando de narcóticos. Quedan fuera, no llegaron a juicio, los cientos, sino miles de asesinatos que se atribuyen a su organización. Algunos de ellos supuestamente cometidos por el propio capo.
Un hombre inteligente, nacido en la pobreza en las sierras donde crecen las matas de coca y opio, que llevaba en bandolera una pistola de oro con la empuñadura de brillantes y que durante años fue homenajeado en decenas de narcocorridos mexicanos.
Al glosar la primera de las veces que fue detenido, los Tucanes de Tijuana, uno de los grupos de narcocorridos más respetados, cantaban que «De la noche a la mañana/«El Chapo» se hizo famoso/Encabezaba una banda/de gatilleros mafiosos/con un apoyo muy grande/del Güero Palma su socio». Por uno de sus colegas, «el Mayo Zambada», fue que los abogados del «Chapo» habían tratado de salvarle. Todo su afán, todos sus argumentos consistían en presentar a su cliente como un mero hombre de paja. Un muñeco, casi un alfeñique sediento de fama y dinero, pero de limitadas capacidades cognitivas, al que los verdaderos mafiosos habrían usado para figurar mientras traficaban.
Traicionado por colaboradores
La Fiscalía contratacó filtrando que «El Chapo» era aficionado a usar los servicios sexuales de menores de edad. Una acusación realizada por Álex Cifuentes, testigo protegido y viejo colaborador del narco. De fondo un emporio que habría sacado no menos de 14 millones de dólares. Suficientes, según los abogados defensores, para distribuir sobornos entre presidentes, fiscales y jueces. Sin ir más lejos, aseguraron que «El Chapo» habría dado 100 millones al ex presidente Enrique Peña Nieto. El juez recordó que aquello trascendía el objeto del juicio y las insinuaciones de que las élites políticas mexicanas vivieron a cuerpo de rey de los pagos del narco quedó flotando, ominosa y tóxica, durante el resto del proceso.
Cuando parecía que no sería suficiente con la incesante acumulación de testigos, grabaciones de audio, fotografías y vídeos, la fiscal, la implacable y metódica Andrea Goldbarg, que parece salida de una película de Frank Capra, preguntó en voz alta que a ver cómo nadie explicaba que el teórico campesino arruinado haya viajado en «jet» y acumulara palacios con grifería de oro y salidas de emergencia propias de 007. Cantaban Los Tucanes que «El Chapo tenía conectas/con los narcos colombianos/y traficaba la droga/de suramérica en grano/Al norte del continente/ donde tenían el mercado/Enormes importaciones/detectaron de heroína/que venía desde Tailandia/ lista pa’distribuirla en/los países de europa/y de América latina».
Después de que el jurado leyera el veredicto, el juez Brian Cogan afirmó que su comportamiento le hacía sentirse «orgulloso de ser estadounidense». «El Chapo» no pestañeó. Cuentan que movió una mano para saludar o despedirse de su esposa, la guapa y misteriosa Emma Coronel, y que eso fue todo. De nada habían servido los intentos de su gente para sembrar confusión respecto a la credibilidad de los testigos, muchos de ellos reos de delitos nefandos que en la caída del zar de Sinaloa habrían visto la oportunidad de renegociar sus condenas y, en el peor de los casos, resarcirse por deudas de otros tiempos. Compromisos, venganzas y debes los hombres de Guzmán introducían cantidades inmiganinables de narcóticos en EE UU. Tiempos felices en los que «El Chapo» era entrevistado en la revista «Rolling Stone» por actores de Hollywood.
Aquellos tiempos en los que podía escapar sin rasguño de una cárcel de máxima seguridad. Como decían Los Tucanes, «El Chapo con su poder/a grandes jefes compró/ por eso en todo el país/la ley nunca le encontró/su gente sigue operando/así lo ordena el señor». Con «El Chapo» en libertad o en una jaula, la organización que fundó, ahora comandada por el «Mayo Zambada», sigue siendo la principal distribuidora de drogas en EE UU.
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