El exlegislador narra la
rutina de sus semanas envuelto en evitar que su grillete electrónico se
descargue y el viaje a Quito para presentarse ante la Corte cada lunes.
Por lo general empieza el largo
recorrido los domingos, después del almuerzo. Viaja a la capital en su
auto, lo suelen acompañar algún amigo o su hijo. Llega a Quito con los
primeros rayos del sol del día lunes, para estar a las 9:00 en la Corte
Provincial de Pichincha y cumplir con la medida cautelar que le dictó la
jueza Magaly Soledispa. Si no tiene mucho más que hacer, como presentar denuncias por actos ilícitos,
el exasambleísta Clever Jiménez descansa, porque el martes le espera
otro largo recorrido hacia Zamora Chinchipe, provincia en donde tiene su
residencia.
“Es prácticamente insoportable, porque es un aparato ajeno al cuerpo de uno, además es un aparato que tiene que cargarse cada 8 horas, porque se descarga, y hay que cargarlo durante 4 horas, las cuales tengo que permanecer estático en un tomacorrientes”, relata. También se queja del ‘acoso psicológico’ al que le someten los funcionarios del Ministerio de Justicia, que le llaman incluso en las madrugadas, no sólo para exigirle que cargue el dispositivo electrónico que rodea su pierna, sino para preguntarle su ubicación exacta. “Todos sabemos que el dispositivo es un GPS y ellos saben dónde me encuentro, sin embargo, el acoso por parte de los funcionarios del Ministerio de Justicia es impresionante”, señala, “es algo que no le deseo a ningún ser humano”.
La charla se da en su pequeño departamento, en sector de la plaza de las comidas de La Floresta, el mismo que fue allanado y permanentemente vigilado por el servicio de inteligencia del Estado, en los meses en que aún era asambleísta y que permanentemente denunciaba la corrupción. “Yo empiezo a denunciar la corrupción cuando el gobierno de Rafael Correa tenía una alta aceptación de más del 60%, cuando todas las funciones del Estado se sometían al presidente”, recuerda. Permanece en silencio por unos segundos. “El haber peleado contra un gobierno autoritario, en esa pelea fui arrastrando a mucha gente más, Fernando (Villavicencio) y Carlos (Figueroa), y las familias que están atrás de nosotros”, dice.
Dormir es molestoso, pues el dispositivo es grande y le impide la movilidad. “Cuando me baño lo que hago es ponerle una cinta en el caucho para que no vaya a dañarse”, dice mostrando el aparato, “porque aunque es un dispositivo demasiado perjudicial para cualquier persona, es también un activo del Estado, como un tal debo cuidarlo porque lo compraron con la plata del pueblo ecuatoriano y nos pertenece”. Cuando habla, no parece que se lamenta, sino que describe, con una sonrisa divertida pero resignada, la historia de alguien más.
Su principal problema, según relata, es que desde que comenzó a sufrir los embates del poder no puede trabajar. “La persecución en mi caso ha sido desde que fui asambleísta, el primer día pedí la palabra en la sesión de inauguración y como no les gustó mi discurso me cortaron, desde ahí empezó”, dice. Actualmente, está a la espera de que la jueza Soledispa analice su pedido de revocar las medidas cautelares, o al menos permitirle que se presente en una Corte de Zamora Chinchipe, para no trasladarse tanto ni incurrir en tantos gastos de transporte, cuando no tiene trabajo. “Nadie me da trabajo si yo estoy dos días fuera a la semana, prácticamente pierdo dos días, hemos pedido eso a la jueza y espero que ojalá actúe en derecho”, dice, e insiste en que no pide favoritismos a la Justicia, sino sólo que se cumpla con la Ley.
Estos años, en que incluso tuvo que estar en la clandestinidad, ha tenido que vivir del apoyo de su familia. “Han sido mis hermanos y mi madre los que permanentemente han venido sacando préstamos y a través de los préstamos, me han dado los recursos económicos para seguir subsistiendo”, comenta.
“Es prácticamente insoportable, porque es un aparato ajeno al cuerpo de uno, además es un aparato que tiene que cargarse cada 8 horas, porque se descarga, y hay que cargarlo durante 4 horas, las cuales tengo que permanecer estático en un tomacorrientes”, relata. También se queja del ‘acoso psicológico’ al que le someten los funcionarios del Ministerio de Justicia, que le llaman incluso en las madrugadas, no sólo para exigirle que cargue el dispositivo electrónico que rodea su pierna, sino para preguntarle su ubicación exacta. “Todos sabemos que el dispositivo es un GPS y ellos saben dónde me encuentro, sin embargo, el acoso por parte de los funcionarios del Ministerio de Justicia es impresionante”, señala, “es algo que no le deseo a ningún ser humano”.
La charla se da en su pequeño departamento, en sector de la plaza de las comidas de La Floresta, el mismo que fue allanado y permanentemente vigilado por el servicio de inteligencia del Estado, en los meses en que aún era asambleísta y que permanentemente denunciaba la corrupción. “Yo empiezo a denunciar la corrupción cuando el gobierno de Rafael Correa tenía una alta aceptación de más del 60%, cuando todas las funciones del Estado se sometían al presidente”, recuerda. Permanece en silencio por unos segundos. “El haber peleado contra un gobierno autoritario, en esa pelea fui arrastrando a mucha gente más, Fernando (Villavicencio) y Carlos (Figueroa), y las familias que están atrás de nosotros”, dice.
Dormir es molestoso, pues el dispositivo es grande y le impide la movilidad. “Cuando me baño lo que hago es ponerle una cinta en el caucho para que no vaya a dañarse”, dice mostrando el aparato, “porque aunque es un dispositivo demasiado perjudicial para cualquier persona, es también un activo del Estado, como un tal debo cuidarlo porque lo compraron con la plata del pueblo ecuatoriano y nos pertenece”. Cuando habla, no parece que se lamenta, sino que describe, con una sonrisa divertida pero resignada, la historia de alguien más.
Su principal problema, según relata, es que desde que comenzó a sufrir los embates del poder no puede trabajar. “La persecución en mi caso ha sido desde que fui asambleísta, el primer día pedí la palabra en la sesión de inauguración y como no les gustó mi discurso me cortaron, desde ahí empezó”, dice. Actualmente, está a la espera de que la jueza Soledispa analice su pedido de revocar las medidas cautelares, o al menos permitirle que se presente en una Corte de Zamora Chinchipe, para no trasladarse tanto ni incurrir en tantos gastos de transporte, cuando no tiene trabajo. “Nadie me da trabajo si yo estoy dos días fuera a la semana, prácticamente pierdo dos días, hemos pedido eso a la jueza y espero que ojalá actúe en derecho”, dice, e insiste en que no pide favoritismos a la Justicia, sino sólo que se cumpla con la Ley.
Estos años, en que incluso tuvo que estar en la clandestinidad, ha tenido que vivir del apoyo de su familia. “Han sido mis hermanos y mi madre los que permanentemente han venido sacando préstamos y a través de los préstamos, me han dado los recursos económicos para seguir subsistiendo”, comenta.
Cuando se le pregunta cómo ha afrontado su
familia esta situación, no niega que ha sido muy difícil, pero tiene
otra forma de mirar estos problemas. “Esa es la parte positiva de todo
esto, el sentimiento que tiene mi familia de que realmente hemos
cumplido con el país, es mi satisfacción personal, por eso digo de
manera clara, más allá de todo lo que me ha pasado, si tuviera que
volverlo a hacer lo haría y con mucho gusto, lo haría no solo por el
país sino por mis hijos, porque tenemos que dejar un legado de
honestidad, de ser gente de bien que es lo que nos ha caracterizado”,
dice Cléver Jiménez, erguido, sonriente, con la digna libertad de los
que pueden ser fiscalizadores.
Fuente: La Hora
No hay comentarios:
Publicar un comentario