Cada aliento, cada minuto de vida en el planeta depende del agua.
Algo tan natural para los seres vivos y para los pueblos ancestrales que poblaron la tierra, parece ser hoy un dilema que quieren ignorar los seres humanos, hijos de la sociedad del conocimiento, los avances tecnológicos y la competencia inmisericorde por acumular riquezas materiales. Esa carrera desenfrenada nos aleja, por momentos, de las miradas sencillas y puras que hacen más amable la convivencia humana. Los científicos y académicos claman hace rato por elevar el nivel de conciencia ambiental.
Desde el calentamiento global hasta el agujero de la capa de ozono, desde la falta de alimentos suficientes hasta la permanencia de las guerras y los movimientos migratorios, desde la intolerancia religiosa hasta la exclusión social, son los temas palpitantes.
Sin embargo, los problemas cotidianos del tránsito, el desempleo, la carestía de la vida y la inseguridad parecen ocultarnos la perspectiva que significa mirar las cosas un poco más allá para acompañar los debates críticos de nuestra civilización que atañen a la supervivencia misma del hombre en el planeta.
Un tema que supera y atraviesa las polémicas de la coyuntura, los debates políticos, las viejas disputas de parcelas y territorios y la polarización, para pararnos a pensar en la vida de todos. Porque el agua es vida, más allá de la frase hecha, porque está en nuestra diaria tarea, en el entorno del aire que respiramos, en el correr de los ríos que marcan el paso implacable del tiempo, en las propias entrañas del ser, en la sangre que circula por nuestras venas y en el propio vientre de la futura madre en su proceso de gestación.
Por eso es que hoy intentamos compartir con nuestros lectores, para quienes van dedicados nuestros afanes de todos los días y los desvelos de una labor exigente como el periodismo de profundidad que planteamos, el milagro de la vida que se reconoce en el agua, y esperamos suscitar la reflexión y su cuidado.
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