Partamos de la realidad. En Ecuador solo un puñado de autores puede ganarse la vida únicamente de hacer literatura y esto es de producirla, comercializarla y venderla, para luego emplear el dinero obtenido en empezar un nuevo ciclo de producción que —solo en ciertos casos privilegiados—, ordena y sistematiza un sello editorial; de no ser así, quienes han gestionado sus propias publicaciones serán los responsables de poner a circular sus textos: deberán promocionarlos, distribuirlos, llevar la contabilidad de sus ventas, etc...
Un proceso engorroso que se aleja mucho del placer de la creación. Otros, tal vez una minoría, se despreocuparán de su destino, porque piensan que los libros suelen hallar su propio rumbo. Muchas ideas relacionadas con el rol del autor como los raptos de inspiración, los excesos y el vagabundeo, la escritura errática y ocasional, etc., aún siguen formando parte de la percepción que los propios creadores tienen de sí mismos, configurando prejuicios y estereotipos de una vida idealizada cuando lo que la mayoría de autores ecuatorianos realiza es una doble tarea.
Ante la mirada pública tienen trabajos juiciosos y tradicionales, y en secreto hacen literatura encontrando pequeñas grietas en el tiempo que les permite la marcha cotidiana.
Entre las profesiones que desempeñan gran cantidad de escritores ecuatorianos contemporáneos se encuentran en mayor número la de docentes (Santiago Páez) y la de periodistas (María Fernanda Ampuero); algunos han podido lograr un rol más afín todavía con las palabras ya que son correctores de estilo (Sandra Araya), realizan tareas relacionadas con la labor editorial (Andrés Cadena) o han logrado cumplir el sueño de tener una librería propia (Mónica Varea).
Algunos son abogados (Óscar Vela), han tenido ocupaciones en radios (Juana Neira) y otros más se dedican a ser terapeutas (Edgar Allan García) o psicólogos, demostrando que son personas con vidas muy similares a las del resto de los individuos del planeta cuando no se encuentran urdiendo imaginaciones. A este reducido mosaico que he mencionado arriba se suman ahora los testimonios de seis escritores ecuatorianos contemporáneos que nos cuentan cómo ha sido su vida ganándose el pan mientras volvían de la literatura una pasión secreta que les quemaba las pestañas. Francisco Santana 1968. Su primer trabajo fue a los 11 años lavando platos en la Península.
Luego la vida lo condujo a variopintas labores como electricista, obrero de construcción, diseñador y bartender. Último libro publicado: Historia sucia de Guayaquil (2012).
Ahora no hago nada más que escribir. Durante los años que estuve trabajando en el departamento de armada de un periódico llevaba un diario personal y empecé los borradores de algunos cuentos y algunas novelas, pero se me hizo difícil con todas las labores que tenía encima. Francisco Santana Hans Behr Martínez 1962. Inició su vida laboral en una camioneta. Ha sido visitador médico, gerente de productos, capacitador de grupos de vendedores y coaching. Último libro publicado: El viaje al cráter del Ngorongoro (2015). Cuando laboraba en la industria farmacéutica viajaba mucho, todo el tiempo, una o dos veces al mes. Allí tenía dos formas de trabajar. Cuando estaba en Guayaquil, escribía de diez de la noche a dos de la mañana.
En los viajes, iba con mi máquina de escribir, una Underwood, y dale que dale en las noches, luego de laborar. Escribía y leía con mayor libertad. Los viajes, en carro, avión, lancha (al pasar de Bahía a San Vicente) crearon una fuente inagotable de inspiración y de conocimiento de paisajes y personajes. Han sido casi 30 años de labores. La clave: Siempre hay que encontrar un espacio de disciplina y ser constante. Hans Behr Martínez María Alejandra Almeida 1992.Es abogada y trabaja para una ONG. Último libro publicado: La habitación secreta (2015). Trabajo en mi profesión más de ocho horas al día, pero tengo la suerte de no poder dormir mucho. Así que la noche es mi fiel compañera a la hora de escribir.
El insomnio y el café me ayudan mucho y cuando duermo, sueño casi siempre. Llevo un diario de esos sueños y de las pesadillas que tengo y muchas veces me dan excelentes ideas para escribir. María Alejandra Almeida Jorge Dávila Vásquez 1947. Desde los 13 años ha desempeñado muchos oficios, entre los que están dependiente en una farmacia, empleado de un banco y profesor universitario.
Último libro publicado: Personal e intransferible (2016). Siempre le burlé un poquito al tiempo, para poder cumplir con aquello que considero lo más importante de mí. No era fácil, por supuesto, porque era comer y correr a borronear cosas, ir al colegio nocturno y en los entretiempos de hora de clase escribir algo. Toda mi vida fue así. En mi mejor época, cuando terminaban los trabajos de oficina, me encerraba y escribía, a veces hasta muy tarde.
La bendición fue el computador, porque ya el encierro no era en mi despacho, si no en mi casa, y allí quedaban esas cosas que antes estaban en servilletas, en recibos, en papelitos. Lo que sí, admiro a mi mujer y a mi familia por haber tenido la paciencia suficiente para “aguantarme” en esas huidas hacia el papel o hacia la máquina por horas y horas.
Hace 7 años, la venturosa y dura jubilación ha hecho posible estar más tiempo en el trabajo literario. Jorge Dávila Vásquez Marcela Ribadeneira 1982. Trabajó en una fábrica de riego manual en Israel. Ha sido también modelo publicitaria, asistente de producción, extra de comerciales, maquillista, fotógrafa, enfermera y fixer para medios extranjeros. Último libro publicado: Borrador final (2016). Si quiero tener tiempo de escribir y de hacerlo tranquilamente, tengo que levantarme muy temprano, a las 5:00, y preparar un café. Si logro hacerlo por una o dos horas, lo considero un triunfo. También escribo mucho en la aplicación de notas de mi celular, lo hago siempre que voy en taxi o bus a entrevistas o reuniones de trabajo.
El problema es que si pierdo el teléfono, como me sucedió hace una semana, pierdo todo el trabajo hecho y eso es un golpe mortal a la moral. Creo que desde el punto vista creativo, hacer trabajos manuales y mecánicos ha estado entre lo más provechoso para mí. La primera vez que escribí relatos que sentí que funcionaban fue cuando trabajaba en una fábrica de válvulas de riego en Israel. Era voluntaria en un kibutz y me pagaban cerca de $ 20 por engrasar unas piezas rojas y ponerlas en las válvulas ya terminadas, desde las seis de la mañana hasta la una de la tarde. Era tan tedioso y monótono el trabajo, que lo primero que hacía al llegar a mi vivienda era sacar una libreta Norma y poner en papel todas esas cosas que se me habían ocurrido mientras sumergía una y otra vez las piezas rojas en una grasa que parecía manjar de leche.
Marcela Ribadeneira Gabriel Fandiño 1979. Se desempeña como diseñador gráfico e ilustrador. Último libro publicado: 1842 GYE Ciudad Muerta (2015). Tenía en mente mi novela, ya había investigado todo lo que necesitaba durante un año: leía en las noches, cuando todos dormían. Ahora llegaba el momento de empezar a escribir, pero con la familia, los hijos, el trabajo, etc. parecía imposible. Decidí hacerlo en las noches. Pero sucedió que no podía estar veinte minutos escribiendo sin, literalmente, dormirme sobre el teclado. Podía leer pero no escribir en las noches.
No quedó de otra que escribir durante el día, entre reunión y reunión, entre diseño y diseño. Incluso cuando no escribía, y durante el tiempo familiar, andaba distraído, pensando en el último pasaje escrito. En fin. A nadie le conté en lo que me hallaba, me parecía casi un pecado. ¿Cómo explicar a tus seres queridos que tú, hombre con horarios de oficina, padre de familia, estás perdiendo el tiempo escribiendo una “novela” de zombis? Fueron tres meses en los que mi familia pensó que tenía un problema inconfesable, o lo que es más gracioso (en ese momento no lo fue), que tenía una aventura. Gabriel Fandiño
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