El 2015 estuvo marcado por propuestas que descentraron la mirada del teatro y de la danza hechos en Quito. Entre los trabajos más destacados estuvieron los del Teatro del Cielo y Muégano Teatro.
Redacción Cultura
Salas con suficiente público, ausencia de espacios, surgimiento de nuevas propuestas teatrales y un descentramiento de la producción hecha en Quito. Eso es parte del saldo que deja 2015 en el campo de las artes escénicas en Ecuador.
Para Genoveva Mora, investigadora y directora de la revista El Apuntador, hace algunos años, “la producción de artes escénicas es bastante profusa, los fines de semana las salas de la capital están llenas, y las de Guayaquil y Cuenca ofrecen obras diversas. Es más, me parece que uno de los problemas es la falta de salas e irónicamente, la falta de público”.
Esta opinión la comparte la escritora y dramaturga Gabriela Ponce, quien siente que, a pesar de que las salas mantienen una producción regular, “es difícil para los artistas circular sus obras porque la programación de esas salas está llena. Esto da cuenta, por otro lado, de una problemática que es cada vez más evidente: la falta de espacios para creación y circulación. Hay creación, pero existen dificultades para que esa obra pueda circular. Es interesante también el hecho, o al menos así lo he percibido, de que hay más público, las salas están normalmente llenas, eso es sin duda una diferencia estimulante con respecto a años anteriores”.
Una de las alternativas para solventar esa carencia de espacios es la creación de salas concertadas. Así lo plantea el director del Estudio de Actores, León Sierra Páez, quien destaca que lo que se debería cambiar es el paradigma en la política de apoyo, ya que el Estado trabaja de espaldas al sector. Y agrega que “la actual ayuda a producción es una ayuda desechable, como son los fondos concursables. Lo que debería pensarse es en un modelo de salas y compañías concertadas. Hay cientos de salas teatrales en los colegios fiscales de este país, en donde podrían concertarse compañías gestionadas en un modelo mixto con el Estado. Esta sería una inversión más interesante para el fomento del teatro en la juventud, en los nuevos públicos, que pagar de $ 5.000 a $ 10.000 para una producción. Es un error garrafal fomentar la producción para algo que dure una o dos semanas. Esto me parece muy malo para el artista, para el público, para la construcción de un discurso cultural de las artes escénicas”.
Sin embargo, estas dificultades no han sido un impedimento para que propuestas y grupos recientes, sobre todo por fuera de la capital, se fortalezcan en el campo escénico. Por ejemplo, entre los trabajos que más destacaron en 2015 está el del Teatro del Cielo, en Cuenca, que fue creado en 2004 por Martín Peña y Yanet Gómez. También está Muégano Teatro, que apareció en 2000, en España, y fue fundado por Santiago Roldós y Pilar Aranda (desde hace 10 años producen en Guayaquil).
A su vez, hubo una serie de festivales con trayectoria que presentaron una oferta consolidada, como fue el caso del Festival Internacional de Artes Escénicas de Cuenca y de Guayaquil, el Festival-Encuentro de Arte Experimental Mínimas Residencias y, recientemente, la Fiesta Escénica en Quito (FIEQ 2015), que trajo destacadas obras internacionales, como Más pequeños que el Guggenheim, de México; Otelo, de Chile; o Bianco su Bianco, de Suiza. El FIEQ también presentó y repuso trabajos locales, que tuvieron una gran acogida, como Un Enemigo del Pueblo, Barrio Caleidoscopio y Caída, entre otros.
Para Gabriela Ponce, lo que le resulta más interesante es el surgimiento de espacios que no son estrictamente teatrales o que ni siquiera son teatros, pues permiten un diálogo intradisciplinar. “Existen colectivos con proyectos como la Casa Uvilla, la Casa Mojou, La Casa Mutante, el No lugar (entre otros muchos que no he visitado, pero sé que existen) en donde suceden eventos innovadores en sus prácticas y donde se ven teatro, performance, danza, jams, etc. Estos espacios sin duda dinamizan la oferta artística y escénica en la ciudad (Quito), a la vez que amplían en el imaginario cultural los alcances de la propia teatralidad, lo cual es sin duda sano. Existen espacios y grupos que se mantienen y ofrecen programación regular, casos como el de Patricio Estrella y la Espada de Madera que mantiene su teatro en Zámbiza o de Contraelviento Teatro que abrió hace poco su sala en La Merced, son importantes en tanto descentralizan la oferta y la llevan a otras comunidades y públicos”, señala Ponce, quien justamente presentó su obra Esas putas asesinas (adaptación del cuento de Roberto Bolaño) en Casa Mojou.
Por su parte, León Sierra Páez celebra el trabajo de Carmen Elena Jijón, “quien tiene una construcción teatral nueva, pero que, al mismo tiempo, tiene anclajes en la tradición y la literatura ecuatorianas. Es fundamental, también, lo que hacen Santiago Rodríguez y Madeleine Loayza: un trabajo profundo con textos difíciles, diferentes, poniendo en escena a actores que son absolutamente desconocidos, con un montaje intelectual bellísimo”.
A su vez, Sierra Páez destaca el proyecto La minga de la memoria del teatro quiteño: 1970-2010, que ganó el Premio Nuevo Marino. Y añade que “es un esfuerzo necesario, a pesar de que se está quedando en la anécdota. Es un hito. Es decir, que se reúna el gremio para escribir la memoria del teatro, al menos del quiteño. Creo que la gran reivindicación política de ese encuentro es que han parado de hacer años viejos para quemarlos al frente del Ministerio de Cultura, y se han puesto a hablar de la historia, producción, dramaturgias, escuelas del teatro”.
Genoveva Mora, en cambio, destaca la obra Lautaro, del Teatro del Cielo, que es “una muestra de lo que implica el profesionalismo, pero también la creatividad, Lautaro es una obra para el gran teatro del mundo, una ópera silente donde el gesto, el vestuario, el maquillaje y la música entran en absoluta sincronía y trasladan al espectador a un universo inimaginado; fantástico y cercano al mismo tiempo. Del mundo de la danza podría nombrar a Mujer corriendo en campo de flores, una propuesta de Jorge Alcolea que dirige Pez dorado: Juliana Zúñiga, Cristina Baquerizo, Sofía Barriga; que confirma que las fronteras de la danza y el teatro se borran para converger en la precisión y belleza de un lenguaje que va más allá de la danza”.
Deudas de la política cultural: canales de difusión insuficientes y el ‘misterio’ de los públicos
Otra de las tantas limitaciones que presenta el sector escénico tiene que ver con la ausencia de canales de difusión. Para Sierra Páez, “no hay una herramienta de difusión, ni del Estado, ni de los medios de comunicación, ni de las compañías, ni de las salas, que le sirva al público para que sepa a dónde ir. Eso, aunque parezca un discurso insustancial, tiene mucho condumio. Ciudades como Bogotá, Buenos Aires y París tienen canales concretos de difusión y funcionan. Esto es importante porque la respuesta del público es una respuesta de demandar, de saber”.
Mora reflexiona que el público, “ese conglomerado invisible e imprevisible, a veces presente y la mayoría de las veces ausente”, tiene varias precariedades que responden a diversos factores: el primero “a la falta de educación, porque no somos gente de teatro, etc.”. El segundo corresponde “a ese círculo de precariedad en el que se mueven los artistas, si no hay producción profesional que cubra también la comunicación, divulgación, etc. La obra se circunscribe al pequeño círculo de las redes y a los mismos de siempre. En este ámbito como en todo lo artístico-escénico se necesitan políticas culturales”. (I)
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