Antonio Quezada Pavón |
Hace muchos años un profesor del Instituto Tecnológico de Georgia me dio un gran consejo: “Cuando alguien te haga una pregunta, dale una respuesta, no le des una conferencia”. Y por supuesto que citando a Sigmund Freud, con lo cual yo luciría hasta intelectual: “Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”, pero me dicen que fueron los árabes quienes realmente dijeron esta frase. De cualquier manera, no hay nada más molestoso que las personas que no paran de hablar. Y lo impactante no es que haya personas parlanchinas, sino que ni siquiera se dan cuenta de que lo son.
Encuentro que hay dos tipos de gente que habla hasta por los codos. Los primeros quieren ser entretenidos y simpáticos, pues se alimentan de nuestro aprecio (en la casualidad de que sean realmente divertidos). Que tengan éxito con su perorata depende de quienes los escuchan. El segundo tipo está formado por los que tienen miedo de que, si paramos de escucharlos, ellos morirían. Los psicólogos catalogan en este grupo a los solitarios, inseguros y aún arrogantes.
El profesor de psicología de la Universidad de Texas, Dr. Art Markman y autor del libro Cambio inteligente, dice que los que hablan demasiado “necesitan interacción social para sobrevivir, de tal manera que siempre están buscando enchufarse en la conversación con alguien sin preocuparles quien sea. Huelen la interacción social y se meten en un hambriento frenesí”.
Si en la vida diaria, familiar y social, estos habladores son una amenaza que todos tratamos de evitar, pues tenerlos cerca es un peligro de agresión, ya que nos roban nuestro preciado tiempo; es mucho peor cuando se trata de políticos y se agrava cuando son autoridades. ¿Cómo podemos defendernos de estos molestosos interlocutores? Es difícil cuando están investidos de poder, pues eso les ‘faculta’ para tenernos forzados a oírles (o por lo menos pretender que los oímos). Sin embargo, siempre podemos hacernos los tontos diciendo de cuando en cuando frases como: “Me gusta lo que está diciendo; solamente quisiera que me repita para asegurarme de que le estoy entendiendo correctamente”. Es posible que esto les obligue a focalizarse. Pero lamentablemente la política moderna tiene mucho de populismo y gran dosis de demagogia, lo cual hace que hacer política ahora esté íntimamente ligado a hablar mucho y decir muy poco.
Con los amigos siempre debemos tener un límite rígido de duración de cualquier conversación o reunión de tal manera que parezca escrito en piedra y nos permita salirnos de la conversación en el momento definido. No demos el chance a los charlones que nos ‘prendan la radio’. Si finalmente queremos preservar la relación, pero evitar la plática, planeemos actividades donde no se permite hablar, por ejemplo: ir al cine o a una conferencia.
A nivel familiar es un poco más sencillo bloquear al charlón, simplemente continúe haciendo lo que estaba haciendo y manténgase ocupado de tal manera que la palabrería sosa no le quite tiempo. Recuerde que se necesitan dos para bailar tango; igual para conversar con charlatanes. Evitemos ser uno de ellos. (O)
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